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Clara Bleda: FM2 -35mm-

“El objetivo es un instrumento como el lápiz o el pincel; la fotografía es un procedimiento como el dibujo o el grabado, porque lo que hace el artista es el sentimiento y no el procedimiento.”

 Louis Figuier

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Las imágenes son capaces de usurpar la realidad porque ante todo una fotografía no es solo una imagen –en el sentido en que lo es una pintura–, una interpretación de lo real, también es un vestigio, un rastro directo de lo real como una huella, comenta Susan Sontag. Clara Bleda (Valencia, 1987) capta instantáneas de cotidianeidad, reflejo del paso del tiempo y sus relaciones, de las conexiones e interacciones de la ciudad con sus habitantes, y lo hace mediante el lenguaje de comunicación urbana, deteniendo el tiempo en sus fotografías.

Bleda desarrolla este lenguaje tras buscar sus propios referentes en los pioneros del color, pero siempre bajo una mirada traviesa. Ser fotógrafa profesional puede parecer una labor ‘traviesa’ –por usar la expresión pop de Diane Arbus– en la que las cámaras son máquinas que fabrican fantasías y crean adicción. Paul Strand decía que la fotografía es un registro de la vida, para quien sepa verlo; calabazas, picaportes, coches, farolas, rincones, rótulos, cafeterías, ect., forman parte de la cotidianeidad que se nos escapa y rescata Bleda para nosotros. Sus obras captan y reflejan los pormenores transformando la esencia de sus protagonistas liberándolas del anonimato.

La cámara analógica le permite captar imágenes con un tratamiento de película que le aporta una textura cinematográfica a sus series, revelando un estilo que destaca por una estética tipográfica, caracterizada por la frontalidad y la atemporalidad. Bleda juega con la percepción y la tensión entre los aspectos más ínfimos –que pasan desapercibidos ante nuestros ojos– y los grandes signos identificables y presentes en la ciudad. El aire documental que persigue su trabajo contrasta con el juego que establece, donde descubrimos un gran número de aspectos relacionados entre sí y que sirven para un mismo fin: rescatar los detalles. La fotografía señala y pone en evidencia ciertos momentos y dota de vida a los seres y objetos que la animan y la habitan.

Al igual que Walt Whitman, Clara Bleda contempla las vistas democráticas de la cultura y sociedad reflejadas en la ciudad; trata de ver más allá de la diferencia entre belleza y fealdad, importancia y trivialidad. De nuevo el juego aparece en su heterogeneidad y en las imágenes que fija en sus instantáneas.

Si fotografiar es apropiarse de lo fotografiado y significa establecer una relación determinada y concreta con el mundo dando lugar al conocimiento, Clara Bleda trabaja sobre los lugares y los ‘no lugares’ –que designó Marc Augé– como muestra de nuestro devenir, como huellas de nuestra memoria y sabiduría.

Si en un principio cualquier tema constituye un pretexto válido para la mirada fotográfica, la obra de Bleda surge de la convención de que la visión es más nítida y clara tras un objetivo. Captura y revela la realidad más próxima y su relación con la ciudad desde una perspectiva sutil, de juego, inquieta y sagaz, destacando los detalles que se antojan difusos bajo la habitual realidad en la que vivimos.

El fotógrafo saquea y preserva, denuncia y consagra a la vez –apunta S. Sontag–, mientras que la fotografía expresa la impaciencia del ser en la realidad, un contexto en el que se pone en evidencia la fragilidad del ser, sus debilidades, sus miedos, etc., plasmada en una imagen que representa un momento eternizado, concretizado en los paisajes icónicos que representa la artista.

Louis Figuier decía que el sentimiento es un principio básico para el artista y por ende para el fotógrafo. Dicho esto, el trabajo de Clara Bleda no dista de ser una huella del tiempo en la que se aprecia la esencia del habitar, de vivir.

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